Pasión gay


Ayer una amiga me preguntó qué opinaba sobre la noticia del asesinato de un hombre a su novio, hace un par de días, en un gimnasio madrileño, así como de su tratamiento informativo. Me acordé de esta entrada que había escrito en noviembre. En ella, resumo la historia de la Ley Integral contra la Violencia de Género en relación con el papel de los colectivos LGTB y de algunas asociaciones queer. También intento una conceptualización de la violencia de género y explico por qué creo que la violencia intragénero también puede ser violencia de género.

Respecto al tratamiento informativo de este caso, recomiendo la lectura del artículo de Shangay Lilly al respecto. Además, yo añado que, leyendo la información en unos medios y en otros, he distinguido dos corrientes:

Por un lado, la de un sector cercano al PP, generalmente contrario a la Ley Integral contra la Violencia de Género y con un discurso que gira en torno al "no tiene ningún significado especial que un hombre mate a una mujer, es un asesinato y punto" y al "esta ley criminaliza y desprotege al hombre". Estas personas y estos medios quieren acentuar el hecho de que ahora es un tío quien ha matado a otro tío, lo que quiere decir que si también hay asesinatos en parejas de tíos, la violencia de género tal como nos estaba vendida es una falacia, a lo mejor no lo dicen directamente en los titulares, pero si dejan clara la situación, incluso la ridiculizan, para ironizar sobre la violencia de género (si antes era violencia machista, ¿ahora es violencia homosexualista?) (véase tratamiento de La Razón y su "pasión gay en el gym" (ya puestos, riámonos un poco de los maricones).

Por otro lado, un sector cercano al partido socialista (vivan las dos españas y perdonad mi binarismo simplista), que sí defienden la Ley de Violencia de Género sin modificaciones y cuyo discurso quiere evitar a cualquier costa que se relacione al colectivo LGTB con la violencia de género, por miedo a darle argumentos a los anteriores. Éstos hablan con naturalidad y sin morbo de pareja o novio (La 1, Público, El País) para dejar claro que somos muy gay-friendly, pero se resalta en primer lugar el hecho de que fuera guardia civil que el hecho de que fuera gay (no olvidemos quiénes son los buenos y quiénes son los malos). No sólo no se pronuncia nada que suene a violencia de género o a violencia machista, sino que se han llegado a utilizar expresiones tan estereotípicas y afortunadamente arcaicas como crimen pasional en medios de información LGTB (que no es la primera vez que cae), no vaya a ser que se nos olvide que la Ley que tenemos es todo lo que necesitamos y que la violencia de género es algo tan manejable (en el sentido de abarcable, definible) como "hombre pegando a mujer porque eres mía".

¿La solución? No hay sólo una, pero yo creo que es necesario un debate más profundo de lo que significa la violencia de género y de cómo la mera producción y reproducción del sistema sexo/género ejerce violencia sobre nuestros cuerpos día a día.

Fuente de la imagen: @JoniPod


Precariado

Vía María Llopis he encontrado este estudio (pdf) de Rosario Hernández Catalán (Federación de Mujeres Jóvenes): Pero este trabajo yo para qué lo hago: Estudio sociológico sobre los malestares ocultos de algunas precarias conscientes.

Altamente recomendado.


Incoherencia semántico-sexual

Ya de pequeña cometía muchos errores en el habla en cuanto a la coherencia de género: tan pronto hablaba en masculino como en femenino. De hecho, recuerdo que el gran número de veces que emitía masculinos en primera persona, me sentía realmente culpable y avergonzada. No entendía por qué no me salía una voz interior femenina de forma natural. Entre eso y que me tiraran más las niñas que los niños, llegaba a temer ser transexual. ¿Habría oído hablar entonces de la transexualidad? ¿Qué es y cómo era lo que temía exactamente? Sólo recuerdo un vago temor a la diferencia, no a la diferencia tal cual la comprendía entonces, ser más altx o más bajx, tener tetas antes o después, que tus padres estuvieran juntxs o separadxs... sino a una diferencia mayor, una diferencia terrible y enorme.

Desde entonces han cambiado un poco las cosas. Ahora sonrío por dentro cuando cometo esos errores gramaticales (¿errores?) y no puedo evitar sentir una predilección secreta por lxs amigxs que, sin ningún tipo de intencionalismo político-sexual, hablan utilizando indistintamente el masculino y el femenino, sin llegar a darse cuenta.

Leyendo el espléndido Devenir Perra, de Itziar Ziga, que me regalaron unas amigas por mi cumpleaños, rescato este párrafo (y no es el primero que citaré, me temo):


Abogo desde aquí por la discordancia de género como mecanismo de sabotaje
sexual y lingüístico. Nunca me ha salido del coño generalizar en masculino, pero
tampoco quiero entorpecer mi narración con tediosas
as/os o arrobas o
estrellitas. La segregación biológio-social de género es para mí cada vez más
turbia. Ya no sé lo que es una mujer, ni me interesa. A mi abuela Susana
Goikoetxea, que tiene ahora noventa y ocho años, lo primero que le patinó cuando
empezó a perder las conexiones con su entorno fue el concepto establecido de
género. Nos hablaba a nosotras en masculino y lo mezclaba todo.
Aupa, amona, por fin te has librado del lenguaje simbólico que te destinó a ti y a todas
las mujeres a servir en la casta inferior.

Pues lo dicho, seguiré la rebeldía senil de mi
amona Susana y no
suscribiré la lógica semántico-sexual que nos ha puteado a ella, a mí, a ellos,
a todas.


De momento, en lenguaje escrito seguiré abogando por las equis (me parece que no entorpecen la narración como el os/as, las arrobas o los asteriscos; me parecen estéticamente atractivas, para qué nos vamos a engañar; e incluyen, además del masculino y el femenino, a todos los géneros que te puedas imaginar). Para el lenguaje oral, sin embargo, voy a empezar a introducirme en el maravilloso mundo de la incoherencia (¿incoherencia?) semántico-sexual.


¿Bien, de veras?



Ayer vi la laureada Los chicos están bien (The Kids are All Right, Lisa Cholodenko, 2010). Esta película, protagonizada por una familia nuclear conformada por dos madres y un hijo y una hija adolescentes, fue candidata a cuatro premios Oscar y obtuvo dos Globos de Oro (mejor película y mejor actriz para Annette Bening). En Rotten Tomatoes la valoran con un 95% de positivos y ¡hasta Carlos Boyero le hizo una buena crítica en El País!

Independientemente de las cualidades cinematográficas de la cinta (han sido muchos años de planos secuencia)... yo vengo a hablar de lesbianas, como quien dice. Además, las críticas de Rotten Tomatoes o de El País tampoco hablan de cine, sino de valores y de modelos familares ejemplares.

Empecé a ver la película con reticencia, advertida por algunas críticas. El mismo Carlos Boyero, sin saberlo, nos da la clave: "Se lo pone crudo a las mentalidades conservadoras para que consideren anormal y condenable el ejemplar modelo de convivencia familiar que han logrado estas lesbianas". Mal vamos si el modelo familiar de Los chicos están bien es normal/sigue la norma de las mentalidades más conservadores.

Lo de menos es (SPOILER) que los chavales sientan la necesidad de conocer al donante o que una de las madres se lo monte con éste despechada por la falta de atención que le presta su mujer. Al fin y al cabo, la mujer estaba bastante insoportable y el maromo se hacía interesante. Al fin y al cabo, lo de menos es que sean tíos o tías. No le puedes pedir al filme que sea representativo y totalmente positivo acerca de la realidad familiar homoparental, pero sí le puedes pedir a las críticas (sobre todo las que analizan la mirada LGTB) que no destaquen la perfección del modelo reproducido. En la película, efectivamente, se da un modelo familiar homosexual idealmente heteronormativo. Bienvenida, Ms. Normalidad.

Un tema que destacar, ya criticado en un post de "Abajo, frente a mi ventana" (blog tristemente cerrado), es cómo representa el sexo entre mujeres y el sexo hetero. Frente al aburrimiento, la rutina y la falta de alternativas del sexo entre mujeres, los hombres tienen un enorme instrumento (véase la cara de sorpresa y felicidad de Julianne Moore cuando se lo descubre) que ofrece placer sin límites, diversión y variedad. Cualquiera se cambia de acera tras ver esta película...

Lo peor no es esto, sino la cantidad de personas que, desde el colectivo LGTB+, están recomendando y alabando el metraje, como símbolo de la normalidad lésbica.

No quiero que nadie me meta en esa normalidad. Repito, normal es un programa de mi lavadora. Y bastante aburrido, por cierto.

Edito: una conversación con @PatriciaMarmu en Twitter me ha hecho reflexionar. Cuando critico la normalidad que intenta transmitir la película y que tanto alaba la crítica (sobre todo la LGTB), critico que se refuerce la norma en vez de ampliarse. Se sobreentiende que deseamos nuevos, más numerosos y más variados modelos de familia. Entonces el fin no es destacar: "fíjate que normales estas lesbianas, si son iguales que nosotrxs". ¿Por qué? Porque entonces no estamos abriendo el campo de lo que es normal, de lo que es y no debe ser respetado, sino que estamos metiendo con calzador a la familia lésbica en la heteronorma preestablecida. Y eso me da miedo. Porque si los chicos están bien cuando la familia es monógama, pareja, con hijxs, de clase media, media-alta, buenxs estudiantes y buenxs atletas... quiere decir que si no funcionan esos parámetros, los chicos no van a estar bien. Y entonces dejaremos de ser normales. Y dejaremos de ser respetadxs y bien recibidxs. Porque ya no nos pareceremos tanto a ellxs y a lo que ellxs esperan de una familia.