Reflexión


Pensé que sería más sencillo escribir sobre lo que ha pasado las últimas semanas. Pero no hago más que mirar la pantalla y no sé por dónde empezar.

Podría retroceder tres meses. Cuando llegué llorando a casa un miércoles porque un garrulo había arrancado la gran pancarta de Sol sobre la revolución feminista ante los aplausos de la muchedumbre, justo después de colgarse. Supongo que fueron esos quince minutos los que han hecho que no pueda escribir sobre el 15-M desde entonces, aunque en ningún momento haya dejado de ir.

O podría ir más atrás, cuando tenía quince años y todxs cantaban en las verbenas de Pozuelo esa de Eskorbuto. Y yo pensaba que necesitábamos a la policía. Así que no cantaba porque era la policía la que nos protegía de los neonazis que venían más tarde a tirarnos botellas rotas.

Podría volver. A esas primeras semanas de mayo en las que no seguía eso de "PP, PSOE, la misma mierda es", porque sí, mierda eran, pero la misma, la misma... tampoco.

Y no puedo explicar por qué un garrulo golpeándose el pecho mientras arrancaba una pancarta entre vítores hizo que volviera llorando a casa. Cuando se supone que estoy acostumbrada a esxs garrulxs. Y no puedo explicar por qué me temblaban las manos cuando me acosté el 4 de agosto después de correr descalza los cien metros lisos por la Castellana y ver después las noticias en el canal 24 horas. Cuando se supone que ya sabía que los medios de comunicación mienten y cuando se supone que ya sabía que los antidisturbios pegan aunque no hagas nada y cuando se supone que ya sabía que los calabozos del Estado español están llenos de mierda y cuando se supone que ya sabía que aquí también existe la tortura.

Y está pasando todo esto y de repente la ciudad se llena de gente que me insulta. Gente cuyo mensaje es el heterosexismo, el patriarcado y la jerarquía aborregante. Gente que se ríe cuando voy de la mano con mi novia. Que no es novedad, siempre hay gente que se ríe, gente cuyo mensaje es el heterosexismo, el patriarcado y la jerarquía aborregante. Y tampoco es novedad que les paguemos para que lo hagan. Pero necesito gritar y de repente me exigen motivos. Como si no fueran evidentes. Y necesito gritar y parece que el discurso del odio y el discurso que no tolera al odio son igual de válidos.

Me siento estafada, engañada, avergonzada. Me consumo de furia y de rabia por dentro.

Imagen: La fotografía es de la recomendable galería de olmovich en Flickr.

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